Ivonne y yo estábamos emocionadas porque por primera vez en la empresa nuestra jefa aceptó que se contratara a un hombre, aunque solo para un proyecto temporal que duraría a lo mucho dos meses. Platicábamos acerca de nuestras expectativas con Claudia, nuestra pelirroja y madura amiga, y la única que ya te conocía pues fue la que te entrevistó y te hizo algunos psicométricos.
—Ya hacia falta que llegara un hombre aquí —dijo la rubia de Ivonne, minutos antes de empezar nuestra jornada semanal.
—Claudia, tú que lo contrataste… —pregunté dirigiéndome a mi amiga y jefa de recursos humanos—. ¿Cómo es?
—Pues de una vez les digo que no se hagan muchas ilusiones, chicas. A ver, que el tipo tiene lo suyo; pero había candidatos más atractivos, solo que este fue el que tenía más experiencia.
—Como si arreglar computadoras requiriera harta experiencia —suspiró Ivonne—. Seguro la Directora contrató al menos sexi para que no nos emocionaramos o abusáramos de él.
—Lo dices como si tú te dieras el lujo de rechazar hombres. Todas sabemos que te tiras a cualquiera —añadió Claudia con humor—. Y hablando del rey de Roma, es justo ese tipo que viene entrando.
Las tres nos acomodamos muy cerca de la puerta y te seguimos con la mirada.
Debes medir como 1.75, pelo negro corto, ligeramente pasado de tu peso y vistes con corbata negra, camisa azul cielo y vaqueros también azules.
—Él es… —comienza a hablar Ivonne.
—LINDOOOO —las tres decimos al unísono. Sí, a Ivonne todos los hombres le parecen lindos… pero en este caso sí coincido con mi amiga.
—Chicas… —Claudia atrae nuestra atención—. Es hora de saber qué tan sumiso es ese tipo. Tal vez podamos divertirnos con él aquí en la oficina.
—Por Dios, Claudia, pero si apenas lleva el pobre hombre un minuto en su nuevo trabajo y tú ya andas pensando en volverlo el sirviente de todas…
—“Sirviente de pies”, más específicamente —aclara la pelirroja mientras ondea su cabello y sale de nuestro cuartel a saludarte:
—Te enseñaré cuál es tu lugar en esta oficina, sigueme, por favor.
“Su lugar es a nuestros pies”, nos susurra Claudia antes de empezar a caminar; y yo meneo la cabeza en señal de resignación.
Avanzas detrás de Claudia y volteas curioso a tu alrededor. Noto que te ajustas el nudo de la corbata, seguro al notar que estarás entre puras mujeres.
Más tarde
—Le van los pies —nos afirma Claudia en el baño luego de asegurarse que solo estamos nosotras tres. Lo dice como si hubiese descubierto el Santo Grial o algo así.
—¿Y cómo lo sabes? —pregunto un tanto curiosa.
—Elemental, mi querida Ana. Le llevé su contrato de trabajo para que lo firmara y accidentalmente dejé caer la hoja al piso. Mientras se agachaba a recogerla puse mi tacón muy cerca sus manos y… —hace una pausa dramática antes de seguir—. Dijo que estaba un poco sucio, así que con la manga de su camisa me lo limpió.
—Todo un sumiso a la antigua —dijo Ivonne.
—¿Y qué es lo que piensan hacer ustedes dos con el tipo? —las volteo a ver alternadamente. Alguien tiene que ser la voz de la cordura en este caso—. Les recuerdo que estamos en horas de trabajo y aquí hay cámaras por doquier…
—Excepto en el comedor —afirma Claudia—. Al menos por esta semana, ya que todavía no viene el técnico a arreglarlas.
—¿Me estás diciendo que quieres…? —iba a terminar mi pregunta, pero mi amiga de Recursos Humanos me tapa la boca.
—¡Olvida los planes! Hoy vamos a improvisar… —Claudia se lava las manos rápidamente antes de salir del baño y añadir una vez que abre la puerta—. Nos vemos en el comedor en media hora.
—Ay, Ana, y yo que me traje zapatos de piso —Ivonne luce demasiado triste.
—Cariño, no importan los zapatos sino la actitud, ¿vale?
—Entendido —dice con la cara ya más alegre.
En el comedor
Ivonne se sienta frente a Claudia y yo estoy en una de las esquinas.
—¿Le dijiste al tipo que viniera o debemos ir por él…? —iba a terminar mi pregunta pero de repente siento un golpe en mi rodilla que me saca de quicio.
Ivonne y yo miramos debajo de la mesa y ahí estás tú, lamiéndole los pies a Recursos Humanos. Literalmente. No puedo evitar preguntarme si estuvieras igual de sumiso si supieras que Claudia no ha dado ningún ascenso en meses.
—¡Ey, tú! —te dice Claudia—. Saluda a amigas y quítales los zapatos, por favor, ah y dales uno de esos masajes como el que me acabas de dar a mí.
—Muy buenos días, señorit… —Claudia te mete el pie en la boca antes de que nos barras más con la mirada.
Te apresuras a quitarnos los zapatos a Ivonne y a mí, y confieso que a pesar de tener solo dos manos y una boca te las ingenias muy bien para hacer que las tres disfrutemos un buen rato sin que notemos alguna preferencia por parte tuya. Entretanto, las chicas y yo nos ponemos al día y degustamos nuestro lonche que, en mi caso, es una ensalada con macarrones fríos y un té helado.
De vez en cuando bajo la mirada para verte.
Ahora, por ejemplo, tienes tu boca ocupada con los pies de Ivonne y encima de tu espalda están los pies de Claudia. Yo decido unirme a la diversión, así que cruzo mi pierna derecha por encima de la izquierda y luego la subo y bajo para golpearte tus testículos con mis dedos del pie. Tu ligera erección me dice que lo disfrutas.
—Chicaaaaassss, ¡buenos días! —Evelyn, la dueña de la empresa, aparece en escena de improviso.
Claudia casi se atraganta con su coca cola y eso me da algo de tiempo para improvisar.
—Evelyn, ¿no me digas que hoy te nos unes en el almuerzo? —tendrá 60 años, pero no está dispuesta a que le hablemos de Usted bajo ninguna circunstancia.
—Pues fíjense que sí —Eve se sienta enfrente de mí y yo bajo la mano para decirte que te acerques más a mí o te descubrirá.
Los tacones de aguja de Evelyn están peligrosamente cerca de tu culo y tu boca está prácticamente a nada de distancia de darme sexo oral. Pero entiendo que yo acepté meterme en esto así que me sacrifico por el equipo y discretamente abro mis piernas para que te repegues en mi coño, algo que dudo que te esté desagradando.
Tú, con la excitación a todo lo que da, usas tus dientes para hacerme a un lado la tanga y tu lengua empieza a penetrarme, haciendo que por momentos sea incapaz de sostener bien el tenedor y seguir el hilo de la conversación.
Evelyn, por su parte, está de lo más risueña. Raro en ella, considerando que siempre tiene alguna dolencia médica.
—¿Cómo van tus juanetes? —pregunta la indiscreta de Ivonne.
Te miro de reojo y haces una cara como si fueses a vomitar. “Venga ya, que cuerpos imperfectos tenemos todas”, pienso.
—Ay, mis juanetes… —Evelyn hace un esfuerzo por agacharse para quitarse los tacones con tan mal tino que en cuanto lo desabrocha sale disparado a tu culo.
—Pues mira, estás de suerte —dice Claudia, quien ya se terminó su coca cola y el color le ha vuelto a la cara—. Justo tenemos aquí debajo un aparato masajeador de pies. Funciona con una patadita, por si quieres intentarlo.
Evelyn te da su mejor patada en el trasero y te vas haciendo a la idea de cambiar mi coño por sus pies. Así de injusta es la vida. Luego, te volteas y comienzas a complacer ahora a cuatro mujeres, pensando cómo rayos vas a soportar dos meses así de trabajo… Pobre, sin duda será toda una tortura para ti.