Desde que entraste al bar vi cómo me barriste con la mirada de arriba abajo. Alardeando ante tus amigos, les dijiste que podías ligarme fácilmente. Le hablaste al mesero para que me llevara un trago. “Cortesía del caballero sin playera”, me dijo. “¿Cortesía?”, pensé. Nadie da nada gratis. Sin embargo, sedienta y un tanto curiosa por ver tu osadía y hasta dónde te atreverás a llegar, la bebí de un trago mientras te miraba fijamente a los ojos.
Reí como nunca y bailé junto a mis amigas (sin hombres nos sabemos divertir muy bien) por varias horas, logrando olvidarme de ti; pero casi llegada la medianoche tu mano se posó sobre mi hombro.
—¿Bailamos? —me preguntaste.
—¿Por qué no? —tal vez por la ebriedad acepté.
Me dijiste que era la más hermosa del lugar y que morirías por mí. Tu porte desvergonzado y el hecho de que anduvieras sin playera atraía las miradas. Ridículamente veía cómo muchas mujeres babeaban por ti. “Patéticas”, pensé.
Tras dos canciones, me excusé para ir al lavabo y al regresar te vi ligando con otras chicas. “¿Tan pronto se pasó tu amor por mí?”… decidida a que esto no se iba a quedar así, fui directo hacia ti y te agarré de los huevos, lo suficientemente fuerte como para que te doblaras de dolor, mientras declaraba:
—No, amigas. Este “hombre” es pocos huevos, no les conviene.
Y por si no fuera suficiente con las risas tímidas y nerviosas que soltaron, te di una patada firme y limpia directo a tus bolas. Ahora allí, desde el suelo… te has convertido en el hazmerreír de todas…