“Mesa para dos desconocidos y una cucharada de deseo” (SPLOSHING)

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Estaba sola en la terraza del hotel, frente al mar.
La brisa tibia jugaba con su cabello, y el mousse de maracuyá frente a ella parecía más seductor que cualquier copa de vino.

Jugaba con la cuchara. No lo pensaba demasiado.
La sumergía lentamente, recogía un poco de crema, y dejaba que el borde cayera otra vez al plato.
Era un gesto casi inconsciente… hasta que sintió una mirada clavada en ella.

—Disculpa… ¿ese postre es tan bueno como parece, o solo te gusta provocarlo? —dijo una voz masculina, cálida y curiosa.

Ella rió, girándose. Él tenía una copa en la mano y una camisa desabotonada justo lo suficiente para dejar asomar el sol en su pecho.
—¿Te parezco provocadora por cómo juego con un mousse? —replicó, divertida.
Solo si lo estás haciendo a propósito.

Él le ofreció una copa. Ella aceptó.
Charlas breves. Sonrisas sueltas.
Y entonces, él propuso, medio en broma:

—¿Te atreves a dejar caer una cucharada en tu piel… solo por diversión?

Ella se lo quedó viendo.
Era absurdo. Infantil.
Y, por algún motivo, intensamente excitante.

Minutos después estaban en la terraza privada de su habitación.
Ella, sentada en una silla de playa. Él, de pie frente a ella, con el mousse en la mano.

—¿Lista?

Ella se desabotonó lentamente la blusa.
Solo lo suficiente.
Solo para que su clavícula quedara expuesta al aire y a la tentación.

Él dejó caer la primera gota.
Fría. Espesa. Aromática.
Se deslizó por su piel como si supiera a dónde ir.

Ella jadeó. No de sorpresa, sino de una repentina, dulce adrenalina.
Luego pidió más.

Ahora aquí. —Y señaló su omóplato.
—¿Y si se mancha todo?
Entonces todo vale la pena.

Pasaron al flan.
Templado. Blando. Se deshacía al contacto, y ella descubrió que adoraba la sensación de la textura suave y húmeda deslizándose por su espalda.

Él apenas decía una palabra.
Solo la observaba.
Fascinado. Atento. Devoto.

—¿No vas a tocar? —preguntó ella, jadeante.
No. Hoy solo quiero verte descubrir algo nuevo.

El mar rompía abajo.
La noche caía encima.
Y entre cucharadas, texturas, silencios y deseo contenido,
ella comprendió que el placer no siempre viene del contacto…
sino del permiso de dejarse ver.

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