Luego de ingresar al gym y acomodar tus cosas, fuiste directo a hacer un poco de cardio, para entrar en calor. Después de todo, el resto de tu cuerpo debía acompasarse a la temperatura que sentías en tus huevos de solo pensar en que ella estaba, muy probablemente, por ahí. De repente, por lo que veías a través de los espejos, te llamó la atención que todos los hombres estuvieran solo en los aparatos de cardio; mientras que las mujeres se desplazaban por todo el espacio y hacían uso del resto de los aparatos. Una vez que terminaste el cardio, te dispusiste a iniciar la rutina de espalda que te tocaba.
—Hey, ¿qué haces? —te preguntó un hombre. Aunque lucía fornido, le temblaba la voz.
—Me toca espalda. Voy a empezar con una barra a hacer…
—¿Qué? No, no puedes agarrar ningún aparato. Hoy es el día de mujeres, ¿no lo recuerdas? —te interrumpió.
—¿Qué rayos es eso?
—Significa que hoy el gimnasio es exclusivo para ellas, como son las más fuertes, tienen la libertad de hacer lo que quieran. Nosotros estamos aquí solo para usar los aparatos de cardio…
—Yo uso lo que se me pegue la gana, ¡por algo pago! —respondiste.
—Recibirás un castigo, no digas que no te advertí —susurró, antes de volver al rincón donde estaban los apartados de cardio y los pocos hombres que se habían animado a ir ese día.
Mientras hacías tu rutina, veías, por un lado, a los hombres susurrando lo valiente que eras al plantarte tan arrogantemente a hacer ejercicio, como si nada: “¡Tremendo par que tiene!”, “Mira que desafiarlas así”, “¿No le van a castigar?” “Las mujeres están que arden de ver cómo este tipo ni las pela”, “Ni les pidió permiso para usar los aparatos”; eran algunos de sus comentarios; y, por el otro lado, las veías a ellas.
Efectivamente, unas quince mujeres —cuyo número duplicaba el de los hombres— estaban reunidas, señalándote y comentando cosas. Finalmente, quien se acercó es la chica a la que conocías de sobra. Tú, sentado y con las piernas abiertas, mientras levantabas y bajabas el peso de las prensas con tus manos, arqueaste las cejas para saludarla, mostrando además una media sonrisa; la misma que se te fue cuando ella, sin ningún tapujo, subió su pie y casi roza tus huevos.
—¡Hey, tranquila!
—Es día de mujeres en el gimnasio, ¿no sabías?
—Me lo dijeron. Pero yo pago mi rutina y tengo derecho de usar los aparatos. Más que ustedes, diría, puesto que soy hombre, y los hombres somos…
—Más débiles —interrumpió ella, para luego pisotearte los huevos; lo que hizo que soltaras, de golpe, la prensa.
Hubieras lanzado un quejido; pero se ahogó cuando ella puso su mano en tu boca, adivinando tu dolor.
—¿Sabes? Las chicas y yo pensamos que sería divertido ver qué tan fuerte eres, a ver si en verdad merece la pena que te dejemos usar los aparatos… ¿qué dices?
—¿Cómo sería eso? —exclamas como puedes. La muy maldita aún no quita el pie de tus huevos. No piensas suplicarle que lo haga así que, como buen Macho Alfa Bolas de Acero, resistes y tratas de simular un buen semblante: que no note el dolor.
—Una pelea. Los hombres son más fuertes que las mujeres, dices, ¿no? Pues si es así, no te importaría pelear a nombre de los hombres… —lo dice señalando, despectiva, al resto de los hombres, antes de proseguir—. Contra dos débiles mujeres —agrega, señalando a dos chicas: una pelirroja, de senos pequeños, con el cabello chino y un cuerpo delgado; y otra rubia a la que definirías como la típica tonta.
—¿Yo contra dos mujeres? —interesante. Sonríes descaradamente, mirándolas de arriba abajo—. ¿Y qué se apuesta?
—Si ganas, se cambiará este día a “día de los hombres” y podrán usar el gym a su antojo, nosotras nos iremos…
—Excelente, ¡acepto!
—Aún no te digo qué es lo que pasará si ellas te ganan.
—¿Crees que perdería contra dos chicas? —ante de que se te acabe el aliento, tomas el pie que está sobre tus huevos y lo bajas con delicadeza hacia el piso. Después, te pones de pie con las piernas abiertas y, con arrogancia, te sobas los huevos, haciendo que las chicas volteen a ver tu erección, que para ese momento ya está firme y al máximo, debido a lo estimulante que fue aquel pisotón para tus huevos de acero.
Los hombres festejan un poco, lanzando algunos gritos de apoyo y hasta insultos para las mujeres; tomando la sobada de tus huevos como un gesto de osadía y descaro hacia ellas; cuando, en realidad, lo hiciste porque estabas a punto de gemir de dolor y tumbarte al piso.
—Ve a prepararte, mientras acomodamos el lugar de la pelea…
—Sin tener idea de qué hacer, vas hacia donde están los hombres.
En definitiva, los comentarios están a tu favor. Algunos te piden que lo primero que hagas sea quitarles las blusas y dejarlas desnudas, para verles las tetas. Otros, te alientan diciendo que dos mujeres no son rivales para ti, que hasta con tres de ellas puedes; y otros que luches por el “orgullo de los hombres” y que les demuestres quién manda. Uno, el más fornido de todos, te dice las dos están como partirlas en la cama, que por qué no las desnudas y conviertes la pelea en una escena porno. Tú, mostrándoles tu virilidad y doblegándolas a base de tu poder; cuando vean que ni con todas las patadas a tus partes bajas son capaces de hacerte el más mínimo daño. Ellas, estando agotadas, estarán obligadas a servirte como zorras; una a ponerse en cuatro mientras la follas y la otra sobándote los huevos que no fue capaz de romperte.
Finalmente, hay quien se ofrece a pagar las cervezas para cuando ellas se tengan que ir a casa y el gimnasio quede libre para ustedes.
Tú los escuchas y agradeces los buenos comentarios. Y sí, tal vez una parte de ti es consciente de que, si te pusieras al cien en el combate podrías, fácilmente, dominarlas a ambas. Sin embargo, hay otra parte de ti que fantasea con algo más; con ellas dos, lanzándote una patada directa a los huevos al mismo tiempo, en cuanto inicie la pelea. Por alguna razón, te da morbo y excita lo patético que sería estar en el suelo en los primeros segundos del combate.
De usar tu fuerza, durarías mucho; pero durar unos segundos y mantenerte ahí, en el suelo; para luego pararte con esfuerzos y volver a caer tras otras patadas y golpes a los huevos que no puedas —ni quieras— evitar, te estaba poniendo demasiado caliente. “¡Concéntrate, cabrón!”. Male pride, recuerdas que dijo uno de tus colegas. El orgullo de los hombres está en juego, en tus manos.
—¡El escenario está listo! —dice una—. Hora de acercarse al escenario principal.
Aún no tomas tu decisión de cómo librarás la batalla. Confundido y excitado, tratas de poner en orden tus ideas. Te quitas la playera para estar más cómodo.
Una de tus rivales, la rubia, está frente a ti, tapándose los senos con ambas manos. Tú, sostienes en tu mano izquierda su brasier. Oyes los chiflidos que le lanzan el resto de los hombres a la mujer, quien se esfuerza más por tapar sus bien redondeados pechos que por la lucha, aunado al hecho de que los hombres la están desconcentrando. Por tu parte, alardeas alzando el brasier y dando vueltas por todo el improvisado escenario.
—¡Hombres, hombres, hombres! —el apoyo hacia ti es superior.
Procuras caminar con ambas piernas bien abiertas, exhibiendo sin ningún tapujo una erección que comienza a querer reventar tus pantalones. Envalentonado, hasta tienes el descaro de sobarte los huevos con el brasier de la chica.
—¡Muéstrele quien manda! —oyes una voz medio conocida de entre la multitud.
La rubia le da una palmada a la pelirroja e intercambian posiciones, aunque antes de que eso pase la líder se acerca a ella para darle unas indicaciones.
—¡Hey, rubita! ¿Tan rápido pides el cambio? —estallan en risa los hombres.
Uno de ellos, se excusa diciendo que de una vez irá por las cervezas: con lo que ha visto ya sabe quién ganará y necesitan festejar de inmediato. La pelirroja, aunque tiene el cuerpo delgado, se ve que lleva tiempo ejercitándose. A la vista de todos, se quita el brasier antes de que tengas tiempo de tocarla, por lo que tu primera acción, por instinto natural, es manosear y apretar sus senos. Ella solo se recoge el pelo mientras la tocas, como si te estuviese dando permiso de hacerle lo que quieras. De inmediato, muerdes su pezón y succionas su aureola derecha, mientras conservas ambas piernas bien abiertas y dejas a tu par de huevos indefensos. La pelirroja voltea con la líder, quien le hace la seña de que aún no es el momento. En vez de patearte o atacar, sientes cómo pasa sus manos por todo tu pecho y torso desnudo, lo que incrementa más tu excitación. Sin embargo, la verdadera cumbre de tu erección llega cuando la pelirroja, así sin más, se da la vuelta y con las piernas totalmente estiradas, baja ambas manos a la altura del suelo, para abrocharse las agujetas.
Tú, motivado por algunas frases sucias de tus colegas, acercas tu verga y par de huevos a su culo, la sujetas de la cintura y haces la mímica como si la estuvieses follando, lo que lleva a la algarabía general.
—¡Fóllala, campeón! —dicen los más arriesgados.
Eso quisieras, pero sabes que no podrías porque recuerdas el hecho de que ya han sido varias veces que te han dejado con los huevos a punto de reventar; por lo que, a como están las cosas, terminarías en un santiamén, lo que no sería muy bueno para una reputación de alfa…
Sin embargo, sientes que le falta algo a esa exhibición de virilidad. “Esta no es una pelea”, “ni siquiera sé qué rayos hago”. Como bien lo sabes, tus bolas son tu debilidad y cuando piensas con ellas y con tu verga; las cosas no siempre salen como las planeas. Recobrando un tanto el control de ti, empleas puñetazos y patadas para acertarle a cada una de ellas. La primera en caer es la pelirroja, y luego la rubia, pues casi ni se defendieron. En aquel momento, escuchas que los hombres han abierto ya sus cervezas para festejar:
—¡Día de hombres en gym!
—¡Los hombres mandamos!
—¡Ese sí que es un tremendo par de bolas!
—¡Sí que acabó con ellas!…
Ves a las chicas golpeadas y tiradas en el suelo. Tú, con el pecho desnudo sudado, las piernas de par de par, volteas con los demás. Los gritos de apoyo, la adrenalina y, principalmente, la excitada que te dieron las chicas, de forma premeditada, te tienen con la verga a punto de reventar. Las cabronas te pusieron al mil, pero sin darte la oportunidad de follarlas. Ahora entiendes por dónde iba el plan. Jugar contigo y con tus huevos. Sientes la verga ya muy venosa y ardiendo:
—No, esto no es lo que debía pasar. No es lo que quería que pasara yo…
No puedes continuar. La líder te baja el pants y los boxers de golpe, haciéndote voltear para ver como ella, aprisa, hace un par de estiramientos y luego alza la pierna derecha y conecta una patada que llega, sin ningún problema a tus huevos y percibes cómo desde el mínimo contacto ha explotado tu verga, que expulsa, a chorros, una cantidad impresionantemente vergonzosa de semen que mancha parte del cuerpo, del brazo y hasta la cara de la líder. Inútiles fueron tus esfuerzos por cubrirte el golpe. Tu mirada se horroriza al verla furiosa y tus piernas se tambalean. Lo que le cuchicheó a las chicas cobra más sentido: quería que ellas te excitaran para que cayeses a la primera simple patada. No puedes mantenerte en pie. Tus piernas se debilitan, tu cuerpo se desvanece y…
—¡Macho alfa! —gritan al unísono dos hombres. Cada uno de ellos te ha sujetado de una pierna, justo antes de que cayeras al suelo.
A la vista de todos los hombres, marcaste con tu semen a la zorra y mostraste quien manda, dejándolas humilladas; aunque para ti, las cosas no hayan sido realmente así.