El set de grabación olía a vainilla y nervios nuevos.
Él acababa de llegar: guapo, distraído, de manos grandes e inocencia palpable, y con una risa torpe que delataba su falta de experiencia frente a cámaras. Ella, en cambio, era una chef consolidada con miles de seguidores, fama de perfeccionista… y un secreto que no cabía en sus guantes de látex.
La primera vez que sucedió fue durante una grabación en vivo. Él debía rellenar una tartaleta sin horno con crema batida, pero aplicó tanta presión que la manga pastelera explotó en su rostro. La crema se deslizó por su mejilla lentamente, blanca, densa, tibia por el calor del set. Él se disculpó con vergüenza. Ella solo dijo:
—No te limpies… aún no.
Y rió. Rió con un tono que no había usado jamás en sus transmisiones.
Desde entonces, comenzaron a pasar cosas curiosas.
En el siguiente episodio, prepararon un mousse de mango. Ella, sin razón, lo salpicó con puré mientras “le mostraba la técnica correcta”. Otro día, le pidió que mezclara con las manos en vez de con cuchara, “para sentir mejor la textura”, y luego se quejó cuando le manchó la camisa, aunque en su mirada brillaba algo muy distinto al enojo.
Él no decía nada. Se limitaba a reír. Tal vez no entendía.
O tal vez sí… pero quería ver hasta dónde llegaría.
En su oficina, cada video lo revisaba dos veces.
Una, por razones técnicas.
Otra, con auriculares, a cámara lenta. Guardaba fragmentos, los editaba. Les añadía música suave. Un close-up al dedo untado de caramelo. Una pausa en su risa cuando él dejaba caer leche sobre la mesa.
Lo llamó “Proyecto visual privado”. Nadie más lo conocería.
Una tarde, al cerrar la cocina tras un día de grabación agotador, él se acercó y le tendió una cuchara.
—Probé con menos gelatina… quedó más suave.
—¿Quieres que lo pruebe de tus manos? —preguntó ella.
—No —dijo él, tranquilo—. De tu cuello.
Ella no se movió. Tomó la cuchara y la dejó caer, sin querer, sobre su blusa.
Ambos rieron.
No hubo beso. Solo risa compartida, la más húmeda y dulce de todas.
Porque a veces, el deseo no necesita tocarse. Solo deslizarse.
Como una línea de crema tibia sobre la piel que espera.